Unión Europea: fabricando identidad, creando miedos.




 
 
Por Ramón Fernández Durán*. Especial.

El presente texto forma parte del libro “La compleja construcción de la Europa Superpotencia” (Una aportación al debate sobre la Constitución Europea y en torno a sus resistencias de Ramón Fernández Durán. El libro ha sido publicado en la editorial catalana Virus.)

Dificultad de construir un imaginario común “europeo” (salvo el del miedo)

El “proyecto europeo” es un proyecto sin alma, pues su cemento unificador es puramente el de los intereses de las fuerzas del dinero, el verdadero sujeto constituyente del mismo, y muy en concreto de la Constitución Europea. Lo cual acentúa aún más la dificultad para desarrollar un imaginario común “europeo”, sobre todo con la urgencia que demanda la propia evolución (de vértigo) de esta “Europa” del capital. La construcción pues de una identidad “europea”, de un “nosotros”, es una tarea enormemente compleja. Y sin embargo absolutamente necesaria para un proyecto de poder (la UE), interno y externo, que se sustenta en la necesidad de establecer un “adentro” y un “afuera”, y una estructura política supraestatal y jerarquía institucional que necesita estar legitimada de cara a su población. Si la construcción de las diferentes identidades nacionales fue un proceso arduo que tardó siglos en fraguarse, y que todavía está incompleto o en crisis en muchos casos, la labor del desarrollo de una identidad supraestatal a escala comunitaria se perfila como una aventura enormemente complicada. Máxime cuando se parte de la crisis de imagen pública de la que adolecen actualmente las estructuras comunitarias, que se intensifica conforme se expande y profundiza el “proyecto europeo”. Además, la UE a Veinticinco es un mosaico tremendamente diverso en el que existen más de veinte lenguas reconocidas oficialmente, pero donde se hablan muchas más. Algunas de ellas, como el catalán, se hablan bastante más que otras oficiales, como el lituano, el estonio, el letonio o el maltés. Y no hay que olvidar que la lengua es uno de los principales vectores que configuran una determinada identidad sociocultural. No en vano son la lengua y la cultura las que mantienen todavía respirando la “legitimidad” del Estado-nación, que las troqueló, manipuló e impulsó a lo largo del tiempo para afianzarse a sí mismo, o las que los ponen en crisis cuando no son asumidas las que emanan de estas estructuras de poder.
Por otro lado, se da la paradoja de que la Comisión Europea para funcionar sólo reconoce tres lenguas de trabajo: inglés, francés y alemán, que se corresponden con los tres principales países de la UE, pero que paulatinamente se impone, como lingua franca, una de ellas: el inglés. Sólo el Parlamento Europeo funciona, en principio, como una Babel en donde se trabaja con las distintas lenguas oficiales, aunque a lo largo del tiempo se ha ido consolidando también el uso de la lengua de Shakespeare como principal vehículo de comunicación. Curiosamente el paso de la UE a Quince a la UE a Veinticinco está afianzado esta hegemonía del inglés, ante la complejidad de operar con tamaño número de lenguas a escala comunitaria. Y se da por tanto un problema adicional pues la lengua común que se desarrolla es aquélla en la que se expresa la cultura anglosajona, es decir, aquellos Estados (principalmente EEUU, pero también Gran Bretaña, en el espacio noratlántico) que más ponen en cuestión, uno desde fuera y otro desde dentro, el desarrollo de un potente proyecto político (y militar) “europeo”. Mientras tanto, el francés y el alemán van desapareciendo como lenguas de uso comunitario, lo que se observa con gran preocupación por el eje París-Berlín, que asiste impotente a ese proceso. Y el “español” (castellano), la segunda lengua de Occidente, y el italiano, que lo hablan más de sesenta millones, han quedado ya en vía muerta dentro de la UE.
Esta situación plurilingüe y multicultural de la UE contrasta con el temor que está suscitando en EEUU, la irrupción cada día más potente de la minoría hispana que habla distintas variantes del castellano, y dentro de ella muy en concreto la expansión de la comunidad de origen mexicano. Hasta hace poco el inglés era la lengua prácticamente única, en la que se expresaban prioritariamente las distintas comunidades étnicas. Samuel Huntington sostiene que esta dinámica es una verdadera amenaza para una sociedad anglo protestante, en donde el American Dream solo se puede soñar en inglés, y que puede conducir a una fragmentación de la sociedad creando dos idiomas y dos culturas. La minoría hispana está vinculada con el catolicismo, y además la comunidad mexicana tiene una fuerte herencia indígena, lo que chocaría (según él) con la cultura WASP (White Anglosaxon Protestant: Blanca Anglosajona y Protestante) hegemónica en EEUU. Lo cual podría poner en peligro el concepto de Nación y Religión sobre el que se sustenta el modelo estadounidense. Es curioso cómo en la hiperpotencia tan sólo la consolidación de una minoría (en fuerte crecimiento) que habla otra lengua y posee otra cultura se considera por los poderes fácticos (pues Huntington habla en nombre del Stablishment) un verdadero riesgo a los principales elementos generadores de identidad nacional (Huntington, 2004).

Los ciudadanos del Este, los menos “europeos”

Por otra parte, en los países del Este recién ingresados se observa una gran presencia de grupos mediáticos vinculados a EEUU, lo que plantea un problema adicional para transmitir la “europeidad” made in Bruselas a este amplio espacio periférico comunitario. En él sus identidades nacionales están además en crisis al haberse constituido tardíamente, al haber sido bruscamente remodeladas sus sociedades por el “socialismo real”, y al haber sido más tarde zarandeadas de arriba abajo por la quiebra de éste y por su ingreso en la UE. En un primer momento todo lo que venía de Europa occidental parecía contar de amplio apoyo social, pero tan pronto como se empezaron a percibir los costes de la transición al nuevo modelo que se les imponía a sus sociedades desde Bruselas, esto está dejando de ser así para amplios sectores de población. En este sentido, llama la atención cómo la incorporación formal a la UE ha sido en una fecha tan señalada como el 1º de Mayo, el “día del trabajo” que era ampliamente festejado en los países de “socialismo real”. Esto es, pudiendo ser cualquier otro día, dicho acto se ha celebrado de forma ostentosa en esa jornada, quizás con ánimo de sepultar definitivamente el valor simbólico de dicha fecha, y de que sea recordada tan sólo como la del ingreso “glorioso” en la UE. No en vano el himno que sonaba en tal celebración en las ciudades del Este era el Himno de la Alegría, el oficial de la UE, y no ese otro ya “pasado de moda” que es la Internacional. No es una casualidad la elección de la fecha, pues como se dice popularmente “no hay puntada sin hilo” en las decisiones comunitarias. El calendario es muy vasto, pero precisamente parece que no había más remedio que elegir el primero de mayo para la ampliación de la UE. Además, puestos a elegir, podía haber sido unos días después, el 9 de mayo, formalmente “el día de Europa”. Pero no, parece que había prisas y que el ingreso tenía que ser ocho días antes. Igualmente, de paso, de cara a las poblaciones de los Quince, es una forma también de celebrar en el futuro dicha fecha como la del nacimiento de la nueva “Europa”, intentando desplazar de este modo las connotaciones que ese día tiene, todavía, de cara a la conmemoración de las luchas por conseguir otro tipo de sociedad.
Sin embargo, las sociedades del Este empiezan a ser cada vez más conscientes de que se les ha vendido gato por liebre. Además, se acentúa su sentimiento de “ciudadanos de segunda clase” en la UE ampliada, pues la Constitución Europea no les reconoce uno de los derechos fundamentales de los “ciudadanos de primera” occidentales. Esto es, como se ha señalado, el que durante varios años, entre tres y cinco, como poco, y tal vez siete (si no más, tiempo al tiempo), no gozarán del derecho a la libre circulación y residencia, lo que les condena a permanecer atados a unas condiciones socioeconómicas que prometen empeorarse sustancialmente. Y lo expresan prioritariamente desentendiéndose manifiestamente de la “cosa pública”, en especial de la comunitaria. Las últimas elecciones al Parlamento Europeo son una muy buena muestra de ello (26% de media de participación electoral en estos nuevos miembros de la UE) . O como en la antigua Alemania del Este, que ante las reformas de fuertes recortes sociales preconizadas por el gobierno de Schröder, que les afectan muy directamente, se movilizaron con las mismas tácticas (convocatorias semanales el mismo día) que provocaron la caída del régimen de la RDA, y que activaron más tarde las “revoluciones de terciopelo”. No es casualidad que el poder político en Berlín, sumamente nervioso, las calificase de insulto a la memoria histórica, y que las propias estructuras comunitarias de Bruselas estén enormemente preocupadas ante la repercusión que hayan podido tener en el resto de las sociedades del Este. En estas circunstancias es muy difícil construir un “nosotros” común a escala comunitaria. En especial, también, para las mujeres del Este que tienen unos derechos reconocidos (a escala estatal) muy inferiores a los de sus congéneres de los Quince, y a las que la Constitución Europea no les garantiza para nada que consigan igualarlos. Una razón adicional para la potencial desmotivación “europea” de la mitad de la población de dichos países.
La concreción pues de ese imaginario común “europeo” ha sido hasta ahora muy limitada, ya que aparte quizás del festival de Eurovisión (en el que curiosamente participa Israel), los programas Erasmus para los intercambios universitarios juveniles, las posibilidades de conocimiento y contacto que brinda interrail para los mismos sectores, la existencia de Euronews, que tan sólo alcanza a las clases medias ilustradas, o el indudable atractivo que supone la Eurocopa para amplios sectores de la población (fundamentalmente) masculina, no se puede decir que haya habido otros instrumentos que posibiliten la plasmación de ese “nosotros” que vanamente se busca crear desde las estructuras de poder comunitario. El deporte espectáculo está reforzando en los últimos tiempos de forma especial el sentimiento de identidad nacional a escala estatal, curiosamente cuando ha entrado en crisis el concepto de ciudadanía estatal, porque el Estado-nación se desentiende del devenir de amplios sectores sociales “autóctonos” , pero parece difícil que pueda afianzar la identidad por el momento a nivel “europeo”. Y parece que sólo el euro es algo “compartido” a escala de la UE (mejor dicho del Eurogrupo). Pero después de la inicial “euforia ciudadana”, mediáticamente construida (con un gasto publicitario ingente), todo indica que se ha impuesto una cierta cordura cuando se han percibido que los efectos del euro para el común de los mortales tan sólo ha sido un encarecimiento generalizado de los precios básicos, que curiosamente no tiene el reflejo adecuado en el IPC (con el que se indexan generalmente, o se negocian, salarios y prestaciones sociales).

Haciendo de la necesidad virtud, y orientándola al mercado

En definitiva, podríamos afirmar que lo que caracteriza a “Europa” es la gran diversidad lingüista, política, ideológica, cultural y hasta religiosa de las distintas sociedades que la integran. Como hemos visto en la UE no ha habido una religión predominante , y además éstas claramente cumplen un papel residual, pues podemos afirmar que la Unión es el territorio más laico del mundo. No en vano Europa fue la cuna de la Ilustración y uno de los espacios centrales de las luchas del movimiento obrero, que alumbró el socialismo y el comunismo. Asimismo, la UE quizás sea una de las regiones a escala planetaria donde se ha dado una mayor emancipación de las identidades colectivas. Y por otro lado, la presencia como se ha apuntado de más de veinte millones de habitantes no comunitarios, diez de ellos de origen musulmán, adereza aún más la complejidad del tablero social “europeo”, sobre todo en sus metrópolis, que se han convertido en territorios cada día más multiculturales. Al mismo tiempo, el fin de las sociedades de masas y la fragmentación adicional típicos de la postmodernidad acentúa todavía de forma más acusada la dificultad de llegar a definir y a plasmar un “nosotros” a escala comunitaria.
Recientemente, el nuevo presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso (2004), reconocía esta enorme diversidad que caracteriza a la UE, y haciendo de la necesidad virtud decía que la verdadera identidad europea era su diversidad. La genuina identidad comunitaria era, comentaba, los valores que la atravesaban, “no las razas o las culturas”, añadía; en concreto, el arraigo del modelo social europeo, la defensa de los derechos humanos, el respeto a la diversidad, la tolerancia, la solidaridad, la igualdad entre los hombres y mujeres, el Estado de Derecho, la libertad, etc. Resaltaba el hecho de que era preciso “conectar a los ciudadanos europeos con las instituciones comunitarias”, y que era necesario difundir el mensaje de que la prioridad inmediata del “proyecto europeo” es impulsar el crecimiento y el empleo a través de la competitividad, y que ésta se logrará mediante la llamada Estrategia de Lisboa. La nueva agenda ultraliberal aprobada en la ciudad lusa en el año 2000, y todavía pendiente de aplicación en muchos de sus capítulos, para hacer de la Unión el espacio más competitivo del mundo para el 2010, según consta como principal objetivo. Y este será el gran leit motiv de su presidencia. La Estrategia pretende eliminar las restricciones sociales, políticas y ambientales al funcionamiento de la lógica de mercado en todos los terrenos, para impulsar el crecimiento y el empleo (y como parte de ella la controvertida directiva Bolkestein, que más tarde comentaremos). Es así, se nos exhorta, como lograremos mantener el modelo social europeo. Es decir, dicho irónicamente, desmantelar dicho modelo, como vía para hacerlo “sostenible”. El triunfo del “doble lenguaje” del Gran Hermano. Parecería como si lo que se quisiera lograr es crear una identidad común “europea” en base a la asunción por la ciudadanía comunitaria de la lógica de mercado, creando una sociedad y un individuo de mercado, no sólo una economía de mercado. Y que esa identidad se impusiese por el miedo a la exclusión del crecimiento, del trabajo y del consumo. Esto es, por el temor fundado a la ausencia de una vía de escape a la lógica competitiva del mercado, y por que se generalizase la convicción de que la mejor defensora de ésta fuera la UE, para así poder proporcionar empleo a la población “europea”, aunque éste sea altamente precario y cada vez más a costa del resto del mundo.

1-En Polonia fue aún más bajo, tan sólo el 20%, y en Eslovaquia se quedó en un ridículo 17%.
2-Es decir, se rompe el “contrato social” que en su día (a finales del siglo XIX y principios del XX) permitió la creación, extensión y materialización paulatina de la ciudadanía estatal, que se afianza más tarde con la concreción del Estado del Bienestar.
3-Europa fue donde principalmente se expandió el cristianismo, y más tarde sus derivas católicas, protestantes y ortodoxas, pero también fue donde el judaísmo tuvo (y tiene) una considerable presencia durante siglos, así como cabe resaltar que ocho siglos de cultura musulmana impregnaron a una parte importante del territorio europeo.

Construyendo “patriotismo europeo” en torno a la seguridad

Pero así, es imposible crear un amplio imaginario social “europeo” que sustente la construcción de esta “Europa del capital” y la defienda, al menos por el momento. Todavía subsisten, aunque degradados, múltiples mecanismos de apoyo del Estado social, redes sociales y familiares de solidaridad, y una subjetividad colectiva e individual que aún no está totalmente dominada por la lógica del mercado. El individuo y la sociedad de mercado, puros y duros, no se han logrado crear todavía en el espacio “europeo”, y por tanto no funcionan las dinámicas que le gustaría a Barroso que operasen. Y es por eso por lo que se va a intentar consolidar el apoyo a la UE, se está haciendo ya, en base a otros miedos más inmediatos, menos abstractos, que también son socialmente construidos y manipulados desde las instituciones. A través de una apropiación (y gestión) autoritaria del miedo y la inseguridad creciente, como forma de apoyo al statu quo. Es decir, agrupando en torno a la defensa de “Europa” (de sus Estados-nación y cada vez con más énfasis de las instituciones comunitarias) a los pretendidos beneficiarios de este modelo, contra todo aquello o todos aquellos que lo pudieran poner en cuestión. Sea el “terrorismo internacional”, que se vincula cada vez más con el mundo islámico; aunque aquí, al contrario que en EEUU, es más difícil convertir ese miedo en patriotismo “europeo”. Sea la desigualdad y desestructuración social interna, por eso hay una creciente criminalización de la pobreza (el “otro” autóctono), y se camina poco a poco hacia un Estado penal tipo EEUU. Sea el “Otro” que vive en la Unión (el extracomunitario) , por eso se produce un cada día mayor acoso y persecución del mismo. Aunque eso sí, se establezca una categoría inferior a la de la “ciudadanía plena” para los “residentes (“legales”) de larga duración de fuera de la UE”, los “extraños a la comunidad”; nada más y nada menos que unos veinte millones de personas en toda la Unión . O sea, cómo no también, cualquier sector contestatario que pretenda cambiar el idílico orden de cosas existentes (el “otro” díscolo o rebelde), al que fácilmente se le puede llegar a tachar también de “terrorista”, ese término que se ha convertido en un cajón de sastre en el que parece que cabe cualquier disidencia.
En un momento determinado, tras el 11-S y especialmente con ocasión de la guerra contra Irak, se puede decir que sí se creó un sentimiento común europeo que fue el del rechazo a la guerra. Es algo que en mayor o menor medida atravesó al conjunto de las sociedades europeas. Un factor aglutinador. Y es algo que obligó también a muchos países de la UE, a pesar de todo, a mantener ciertos posicionamientos públicos, aunque interviniesen también los intereses mencionados anteriormente. El sentimiento de rechazo a la guerra todavía es muy fuerte en las sociedades europeas. Al contrario que en EEUU. El horror a la guerra todavía permanece en la memoria de las sociedades europeas. No en vano Europa fue la que más sufrió en sus propias carnes las dos guerras mundiales, que marcaron la primera mitad del siglo XX. Sus poblaciones lo celebran aún con dolor. Y sobre ese sentimiento tuvo que cabalgar el poder político, estatal y comunitario. De hecho, a los gobiernos que expresaron un apoyo explícito a la guerra, el tiempo les está pasando una abultada factura. Y es más, el rechazo a la guerra contra Irak de la “Vieja Europa” (liderada por Francia y Alemania), reforzaba la identidad con la UE que ésta representa en amplios sectores de población. Pero el “proyecto europeo” para nada quiere construir un “nosotros” sobre ese sentimiento genuino que expresa quizás lo mejor de Europa. Y así, la Constitución Europea camina por una senda claramente militarista (y securitaria), aunque con una falsa retórica pacifista que no logra ocultar su expreso deseo de construir un potente ejército que defienda los intereses de la UE allí donde haga falta. Si bien la manipulación llega a tales niveles como para intentar vender la Constitución como la forma de crear un contrapeso moderador al “amigo americano”, en el escenario irrenunciable de la “globalización” . Por otro lado, el atentado del 11-M en Madrid, y el fuerte sentimiento de solidaridad que se expresó en toda Europa, ha sido ampliamente utilizado y manipulado por las estructuras comunitarias en beneficio propio, en el sacrosanto nombre de la necesidad de impulsar la lucha contra el terrorismo. En este sentido, el fantasma del 11-M, y el miedo a atentados similares, se están aprovechando para justificar y legitimar el “proyecto europeo”, argumentando que su desarrollo y reforzamiento permite garantizar una mayor seguridad para todos los ciudadanos de la UE. Zapatero, en su último mitin de la campaña del referéndum, recurrió al fantasma del terrorismo, pidiendo el “Sí” para la Constitución Europea para mejor luchar contra ETA y el radicalismo islámico.

4-Pero también, en muchas ocasiones, el intracomunitario, esto es, los ciudadanos del Este que habitan en los países de los Quince.
5-Esta población no comunitaria supone el 10% en algunos países, siendo el 6% la media a escala de la UE.
6-Un argumento-trampa tan eficaz que hasta han caído en él algunos iconos del movimiento “antiglobalización” como Toni Negri o Susan George, como más adelante apuntaremos.


La urgente necesidad de vender “Europa” a los “europeos”

Sin embargo, a pesar de todo, la falta de apoyo popular a “Europa” ha adquirido tales niveles, que el nuevo presidente de la Comisión Europea ha asignado dentro de su nuevo equipo a una comisaría, Margot Wälstrom, con rango nada menos que de vicepresidenta, los cometidos relativos a la Estrategia de Comunicación de la UE. Eufemismo que trata de ocultar la imperiosa necesidad de “vender la moto” del “proyecto europeo” a la población comunitaria. Y entre otras estrategias, aparte de las puramente mediáticas o aquellas otras más subliminales que se diseñan, están los intentos de implicar a los representantes de la llamada “sociedad civil” en la defensa del “proyecto europeo”, y muy en concreto de su Constitución. Recientemente (febrero 2005) ha tenido lugar un encuentro en Bruselas propiciado por la Comisión junto con las principales ONG´s “europeas” de muy diversos ámbitos (medioambientales, sociales, de derechos humanos, cooperación, humanitarias, de mujeres y culturales), bajo el lema “Act4europe” (es decir: “apoyando a Europa”; www.act4europe.org). En él las grandes ONG´s se comprometían (convenientemente financiadas para ello, como se pedía públicamente) a dar a conocer la Constitución, en especial sus valores y objetivos, aquello más vendible y que es pura retórica, y a crear un clima positivo a escala comunitaria para su aprobación. Este grupo de ONG´s ya se venía reuniendo desde que se creó la Convención, como Grupo de Contacto con la Sociedad Civil, con el fin de crear un simulacro de participación pública en el proceso “constitucional”. Como se reconocía en uno de los textos de la conferencia (Act4europe, 2005), del orden de un 40% de la población “europea” está de una u otra forma, directa o indirectamente, implicado o relacionado con los trabajos de las ONG´s, o en el ámbito del trabajo voluntario, por lo que estas organizaciones cumplen un importante papel en la conformación de la llamada “opinión pública”. Además, se afirmaba, la confianza ciudadana en ellas es muy alta. Por ello su papel de cheerleaders para animar a la aprobación constitucional no estaría dirigido sólo a las poblaciones sobre las que operan, o se proyectan, sobre todo de cara a los referendos consultivos previstos, sino asimismo a convencer a los grupos parlamentarios opuestos a la aprobación de la Carta Magna. Esta labor cobraría especial relevancia en aquellos parlamentos donde existe una alta probabilidad de rechazo constitucional, muy en concreto en la República Checa y Gran Bretaña. Aquí también hemos podido comprobar el papel que han jugado de cara al Referéndum distintos colectivos sociales y culturales, aparte de los grandes sindicatos, que aleccionaban a la ciudadanía por el “Sí”.
Es conveniente reseñar que, dentro de los Quince, en toda la primera etapa de la “globalización”, durante los ochenta y los noventas, las ONG´s, que se han desarrollado profusamente, y todo aquello que configura eso que se ha venido a denominar el Tercer Sector, han cumplido un papel muy importante para desactivar el conflicto social, e instaurar una especie de “paz social subvencionada” (Vela, 2004). Cada vez hay más población, hasta ahora, viviendo en todo este ámbito de la sociedad, y de los dineros públicos (y en algunos casos privados, vía fundaciones) que convenientemente dosificados y regulados lo riegan, lo que logra amortiguar la precarización creciente que genera y expulsa la estructura central del mundo económico-financiero. Es decir, donde opera podríamos decir el “consenso productivo” que encuadra a la población asalariada clave para los procesos de acumulación del capital. Fuera de él, estos sectores periféricos en expansión sirven para absorber parte de una precarización en ascenso, haciendo que ésta sea “sostenible”, y sirva de encuadramiento social, directo e indirecto, de un número nada despreciable de personas. Una gran masa de población asistida y asistente, incluido el voluntariado que se activa y se gestiona desde el Estado en estos años. Se está desmontando pues el Welfare universal de los sesenta, pero se puede acceder en muchos casos a través de relaciones personales, políticas o clientelares, a los beneficios limitados que se incuban en torno a estas actividades. En definitiva, todo ello se ha convertido en un mecanismo de atenuación de desequilibrios sociales, en una vía de gobernabilidad del desmontaje del Estado social, y en un instrumento que ha hecho menos traumático, y a su vez ha posibilitado, la tendencia del régimen asalariado postfordista de desarticular la agregación de la población trabajadora heredada del pasado, y evitar su eventual recomposición (conflictiva). Y al mismo tiempo, esta dinámica ha permitido apurar los márgenes de empobrecimiento sin que haya, hasta ahora, una caída del consumo, variable fundamental del crecimiento de la economía capitalista. Sin embargo, este colchón que ha permitido (especialmente en la “Europa” de los Quince) construir una cierta “paz social subvencionada”, aunque dentro del mismo también se incubaran en ocasiones múltiples resistencias, parece estar agotando ya su capacidad de crecimiento en esta nueva etapa de expansión capitalista. Una etapa cada vez más dominada por la acumulación directamente monetario-financiera (en crisis), que está marcando el paso hacia nuevas formas de gobernabilidad a escala mundial: la “globalización armada”. Y esta etapa está alcanzando ya de lleno a “Europa” (y a sus formas de gobierno interno), que tiene que adaptarse como sea a los nuevos tiempos que corren. Le va la vida en ello.


* Ramón Fernández Durán, miembro de Ecologistas en Acción-Madrid
mayo de 2005

 
 
 
 
 
     
 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
     
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