Cuentos chinos

 
 

Por Miguel Barreda-Delgado *



A propósito de dos estrenos recientes en Berlín:
2046 de Wong Kar Wai y
House of flying daggers de Zhang Yimou


Wong Kar Wai es uno de mis directores preferidos. Fallen Angels es una de mis películas preferidas y la vuelvo a ver cada vez que tengo la oportunidad de iniciar una nueva aventura audiovisual. Para mí, tanto ésta, como Chunking Express o Happy Together son películas de consulta. Su propuesta estética y narrativa son para mí un catálogo de fórmulas de efecto contundente. Cuando vi por primera vez In the Mood for Love (Deseando amar, según una infeliz traducción al castellano) no la entendí. Echaba de menos la cámara inquieta, el montaje trepidante, la belleza de la distorsión propia de las anteriores. Me molestó su ritmo monótono y, mareado por la incontable serie de variaciones del vestido de la señora Chow (extraordinaria, Maggie Cheung), perdí de vista una serie de sutilezas e incluso aquello que debía ser la historia de un amor contrariado. Sin embargo, cuando la volví a ver, descubrí que su ritmo (en pantalla de TV) era mucho más veloz de lo que suponía una película del género (¿drama romántico?) y que, una vez más, quedaba demostrado que no siempre es necesario filmar con guión para lograr una película conmovedora. Un gran apoyo moral para alguien que no siempre cuenta con un guión genial y que por lo tanto desearía filmar improvisando, de la mano de técnicos y actores expertos y/o geniales, y naturalmente amparado por productores o inversionistas con una fe ciega en lo que uno hace. En una entrevista con Wong Kar Wai, él habla de las presiones que debía afrontar para estrenar a tiempo In the Mood for Love en el festival de Cannes, mientras dirigía a la vez 2046. Me imagino lo duro que debe ser para un cineasta aguantar esa presión. Sentí lástima por él. Ahora que acabo de ver 2046 más que lástima siento algo de vergüenza ajena. Antes de quedarme dormido en los últimos diez minutos, el ritmo monótono y repetitivo me había sumido en un sopor del que no me pudo sacar ni el notable Tony Leung - infalible, aun cuando no sepa exactamente qué es lo que está haciendo – ni la espléndida fotografía de Chris Doyle, al alimón con Pung-Leung Kwan y Yiu-Fai Lai, anti cine comercial, con inquietantes encuadres (casi todos) en los que "falta" información, que dejan a la imaginación del espectador lo que encubren. Ni esas virtudes pudieron evitar que me sintiera timado, ante una copia de lo que normalmente tendría que ser una mala película francesa (de las que abundan, en las que los protagonistas no hacen otra cosa que hablar de lo que sienten...), ante una actitud pedante y pretenciosa, ante una narración desconcentrada y dispersa. Algunos lo llaman estilo. Yo lo llamaría simplemente falta de imaginación. En consecuencia, pensé que una vez más quedaba demostrado que a veces es muy útil filmar con guión.

Hay películas de Zhang Yimou que me parecen extraordinarias, sobre todo las que dirigió en la primera mitad de los 90. La última que vi que realmente me conmovió fue Ni uno menos, en la que se adoptaba una actitud "neorrealista" para tratar un problema sencillamente trascendental y trascendentalmente sencillo, como es la educación de los más jóvenes. Camino a casa, la última que vi de él, me pareció cursi, y no tuve ganas de ir a ver Hero, por cierto rechazo visceral a lo que está de moda. Por eso fui con cierta reticencia a ver House of flying daggers (La casa de los puñales voladores). Cuenta con un elenco magnífico, sobresalen Takeshi Kaneshiro, Andy Lau y Ziyi Zhang; el trucaje digital está muy bien cuidado, el diseño de sonido es portentoso, incluso está filmada con guión, pero... la trama – lamentablemente - se deshace como una caña de bambú atravesada por un puñal volador. Ni la fotografía (de Xiaoding Zhao), demasiado limpia, demasiado pulida, demasiado anodina, de catálogo, en lugar de entusiasmarme, no pudo evitar que hacia el último tramo (¿por qué tantas películas tienen que durar 120 minutos, si 90 son suficientes?), sólo pudiera ver para adentro los momentos anteriores al showdown en el paisaje de invierno (antes de quedarme dormido era verano) con su respectiva tormenta de nieve (elemento dramático, le llaman). Ni las impresionantes demostraciones de artes marciales con saborizantes digitales sirven para darle impulso a una historia enredada de froma gratuita, desaliñada, coja, y que no despierta mayores espectativas. Me sentí como en una porno, con ganas de darle al avance rápido para ver el siguiente acto sexual, entre pelea y pelea. A partir de cierto momento, dejó de interesarme si la ciega de verdad era ciega – lo cual hasta el Chapulín Colorado lo hubiera sospechado desde un principio – o si el policía se enamora de verdad o no de la guerrillera o si el otro policía – su mejor amigo, para colmo - en realidad no lo era sino que también pertenecía al grupo subversivo, resultando ser incluso el marido de la guerrillera, o sea bien fuerte, ¿sabes?... Temáticamente, la "lucha contra un gobierno corrupto" – del que no se tienen evidencias en la película, excepto a través de un par de letreros de texto - parece ser pretexto suficiente para postular una descafeinada estética de la violencia. ¿Alguien podría conjurar el espíritu de Sam Peckinpah, por favor? Quizás no hubiera estado de más que en esta ocasión prescindieran del guión, y se lo dejasen a 2046. Sin ánimo de ofender a la próxima potencia mundial, no creo que hagan culturalmente bien al asumir desde ya los vicios de la actual potencia dominante, al malentender el entretenmiento como el único fin de un producto audiovisual comercial, y al ampararse en el dominio de la mejor manera de hacer puré al prójimo, para no aproximarse a los parajes más reales y/o cotidianos de la realidad, lo cual puede ser lo más conmovedor, con o sin guión.

Miguel Barreda-Delgado es de Arequipa y vive entre Alemania y Perú. Estudió cine en Berlín y ha dirigido una docena de cortos y un largometraje ("y si te vi, no me acuerdo").