“El mudo de Berlín” . Por Vale Retro.

Entre las cosas que viví siendo extranjera en Alemania, la más notoria sea quizá la experiencia del enmudecimiento.Volverse mudo es toda una cosa. Sobre todo cuando uno recuerda cuánto hablaba antes, con qué interés emitía enunciados para que se sean oídos, reídos, contestados o no, pero entendidos al fin. El vínculo comunicativo roto, estropeado temporalmente, dirían los científicos de la lingüística. Pero es que como uno no entiende lo que le dicen, no responde ( es la situación del famoso „No sabe/No contesta o No le consta” de las encuestas).

Entonces a las conversaciones las hacen los otros o el otro, según la pluralidad de los conversales, y de situación de diálogo en la que estábamos en algún principio remoto, pasamos a monólogos o sano esparcimiento de los demás entre sí, según el caso.
Aquí existe el obvio peligro de ser calificado en el rubro “No sabe”, porque si no contesta, es porque no tiene ni idea del tema del que, obviamente, “los otros” están hablando.

Después, está la odiosa situación de haber intentado formular frases inteligentes (dura tarea) en el idioma local, o sea, el que ellos hablan y uno no domina precisamente a la perfección, porque es extranjero, off course, frases que,
a)o no fueron entendidas en su plenitud, o b) fueron ignoradas súbito por provenir de quien provino: uno.

Esto, claramente, repercute en el ya a estas alturas bastante vapuleado ego de la persona humana que hay en uno. Entonces, éste es mi resultado, uno se abstiene de hablar, se adhiere por motu propio al no sé, no contesto y ya no me consta lo que ustedes dialogan. Uno se viene "mudito". Para enfrentar esta situación hay que tenerlas bien puestas. Porque nunca falta el caritativo que se acuerda de repente que uno se sentaba por un casual a la misma mesa en el bar, y te pregunta algo así como: ¿O no?, ¿no es cierto? o peor aún...¿Y tú que opinas?, todo en perfecto alemán,claro. ¡Ay! Ahí añoro a mis amigos hispanoparlantes.
Por supuesto que esto crea una situación de conflicto en el mismísimo ser de uno mismo, algo así como una crisis de identidad, esquizofrenia, paranoia de inmigrante no-integrado, perseguido por el Instituto Goethe, los Nibelungos y la hinchada del Bayern de Múnich y zona de influencia. Porque ¡mierda!, a veces tenía ya ganas de acotar un bocadito. Ni hablar de cuando uno traduce al idioma germano, literalmente, una expresión típica nuestra de nuestros lares, como querer decir...¿qué onda? o...!esa película me partió la cabeza!...o algo por el estilo, que, francamente, traducido al germano culto (acá tampoco todos hablan muy bien su idioma, ¿eh?) queda como el reverendo.

Otro hecho destacable es que la falta de cordialidad alemana contribuyó a mi enmudecimiento mío de mí. Cuando voy por la mañana a la panadería y esfuerzo mi aparato fonético en enunciar algo tan común y corriente, lógico y sospechable como: dos pancitos, por favor, y la panadera me mira como si yo fuera extranjera, o en lugar de pancitos le hubiera solicitado tímidamente un par de bulones, entonces me reafirmo en mi negación elocutiva. Y digamos que la panadera de la esquina ya me conoce, y que habitualmente cómprole los famosos y parece que innombrables dos pancitos. ¿Por qué entonces esa clara obstinación auditiva?
Muchos se han enojado porque fuí a cenar a sus casas justo el día que no me habían invitado.O porque llegué un día después a la cita. O porque son unos intolerantes de la impuntualidad latina.
Yo, argentina. Y por eso ya no digo "esta boca es mía". Y como lo que digan me entra por un oído y me sale por el otro, preferiría ser incluída de ahora en más en el rubro encuestil: “Se abstiene por razones de fuerza mayor.”



 



 

 

 
   
 
   
Ir a curso parte I >>

Ir a curso parte II >>

Ir a curso parte III >>

Ir a curso parte IV >>